Història del llibre: transmissió, destrucció i prohibició
"Una llar sense llibres és com un cos sense ànima"
(Ciceró, 106 a.C.-43 a.C,)
lunes, 9 de marzo de 2015
8. La biblioteca d'Alexandria
La historia de la Biblioteca de Alejandría, de
cómo debió de ser, de cómo trabajaron sus sabios, incluso del número exacto de
volúmenes y el nombre de sus obras no se conoce con suficiente rigor
científico, tal y como los eruditos entienden tal rigor. El conocimiento de
esta gran obra se tiene a través de muy pocos testimonios, y aún éstos son
esporádicos y están desperdigados. Los investigadores y los historiadores de
los siglos XX y XXI insisten en aclarar que se trata en cierto modo de una
utopía retrospectiva. La biblioteca existió, de eso no tienen ninguna duda,
pero toda la literatura escrita en torno a ella es a veces contradictoria,
dudosa, enigmática y llena de suposiciones, y se ha ido desarrollando a partir
de muy pocos datos y esos pocos datos, la mayoría de las veces, son
aproximados. Apenas hay datos exactos. Ésta es la historia de un lugar mítico,
de cómo debió de ser, de cuál debió de ser su encanto.
Índice
1
La biblioteca en la Antigüedad
2
Los sabios
3
Anexo y destrucción
4
Testimonios
5
Curiosidades y anécdotas
6
La Biblioteca del siglo XX
7
Referencias
1. La
biblioteca en la Antigüedad
Ptolomeo
I Sóter mandó construir en Alejandría el gran palacio que serviría de
alojamiento a toda la dinastía Ptolemaica. Al otro lado del jardín y conocido
desde el principio con el nombre de Museo se edificó otro gran monumento. Le
llamaron así por respeto a la sabiduría, porque lo consideraron como un
santuario consagrado a las Musas, que eran las diosas de las artes y de las
ciencias. El edificio constaba de varios apartados dedicados al saber, que con
el tiempo fueron ampliándose y tomando gran importancia.
El
departamento del Museo que se dedicó a biblioteca acabó siendo lo más
importante de toda la institución y fue conocido en el mundo intelectual de la
Antigüedad como algo grandioso y excepcional, algo que los reyes de la dinastía
Ptolemaica se encargaron de mantener siempre en buen estado y en un progresivo
aumento. Los Ptolomeos eran de origen macedonio y habían heredado de los
griegos el gusto y el afán por el saber y el conocimiento; durante siglos
apoyaron y mantuvieron la biblioteca que, desde sus comienzos, tuvo un gran
ambiente de estudio y de trabajo. Ellos dedicaron gran parte de su inmensa
fortuna a la adquisición de libros que engrosaran los estantes con obras de
Grecia, Persia, India, Israel, y más países.
La
biblioteca del Museo constaba de diez grandes piezas o salas para
investigación, cada una de ellas dedicada a una disciplina diferente, muy rica
y abundante en la mayoría de estas secciones y sobre todo muy completa en
literatura griega. Una comunidad de poetas y eruditos era la encargada de
mantener el buen nivel y trabajaban en ello con total dedicación, como
sacerdotes de un templo. En realidad se consideraba el edificio del Museo como
un verdadero templo dedicado al saber.
Ptolomeo
I encargó al poeta y filósofo Calímaco la tarea de la catalogación de todos los
volúmenes y libros. Fue el primer bibliotecario de Alejandría. En estos años
las obras catalogadas llegaban al medio millón. Unas se presentaban en rollos
de papiro o pergamino, que es lo que se llamaba volúmenes, otras en hojas
cortadas, que formaban lo que se llamaba tomos. Cada una de estas obras podía
dividirse en partes o libros. Se hacían copias a mano de las obras originales,
es decir ediciones, que eran muy estimadas, incluso más que las iniciales, por
las correcciones llevadas a cabo. Las personas encargadas de la organización de
la biblioteca y que ayudaban a Calímaco rebuscaban por todas las culturas y por
todos las lenguas conocidas del mundo antiguo y enviaban negociadores que
pudieran hacerse con bibliotecas enteras, unas veces para comprarlas tal cual,
otras como préstamo para hacer copias.
Los
grandes buques que llegaban al famoso puerto de Alejandría cargados de
mercancías diversas eran inspeccionados por la "policía", no en busca
de contrabando sino en busca de posibles libros. Cuando encontraban los rollos,
los confiscaban y los llevaban en depósito a la biblioteca. Allí se encargaban
los amanuenses de copiarlos y una vez hecha esa labor, eran devueltos
(generalmente) a sus dueños. El valor de estas copias era altísimo y muy
estimado. La Biblioteca de Alejandría llegó a ser la depositaria de todas las
copias del mundo antiguo. Allí fue donde realmente se llevó a cabo por primera
vez el arte de la edición crítica.
- Se sabe que en la biblioteca se llegaron a depositar el siguiente número de libros:
- 200.000 volúmenes en la época de Ptolomeo I
- 400.000 en la época de Ptolomeo II
- 700.000 en el año 48 adC, con Julio César
- 900.000 cuando Marco Antonio ofreció 200.000 volúmenes a Cleopatra, traídos de la Biblioteca de Pérgamo
Cada
uno de estos volúmenes era un rollo de papiro, un manuscrito con cantidad de
temas diferentes. Se sabe que allí estaban depositados 3 volúmenes
preciosísimos con el título de Historia del mundo, cuyo autor era un sacerdote
babilónico llamado Beroso y que el primer volumen trataba desde la Creación
hasta el Diluvio, periodo que según él había durado 432.000 años, es decir,
cien veces más que en la cronología que se da en el Antiguo Testamento.
La
Biblioteca de Alejandría empezó su vida con el reinado de Ptolomeo I (362 adC-283
adC) (otras fuentes dicen que con Ptolomeo II) y la terminó trágicamente en el
año 48 adC, durante la guerra entre Roma y Egipto. Se dio una batalla terrible
en el mar, entre la flota egipcia y la romana y la consecuencia fue un
espantoso incendio en la ciudad que afectó a casi toda el área urbana y por
supuesto al gran edificio del Museo donde estaba ubicada la gran biblioteca.
Toda la riqueza intelectual, todo el saber acumulado durante siglos desapareció
en poco tiempo. Sólo algunos rollos pudieron salvarse y la memoria de muchas de
sus obras. Se sabe, por ejemplo, que allí existían 123 obras teatrales del
escritor griego Sófocles de las cuales sobrevivieron 7; una de las
supervivientes es Edipo rey.
Fue
una pérdida irreparable e incalculable. Cuenta la Historia que en el desorden
provocado por la batalla, entre tantos incendios ocasionados, el de la
biblioteca fue producido intencionadamente, como un acto más de vandalismo y
que no hubo nadie capaz de detenerlo. La población de Alejandría era totalmente
ajena a lo que se guardaba allí, no le importaba nada, nunca había sido
partícipe de los conocimientos y de la ciencia que en realidad jamás se aplicó
para mejorar su modo de vida. Los estudios, los grandes descubrimientos en
mecánica y tecnología nunca tuvieron una aplicación práctica inmediata; la
investigación benefició poco al pueblo; la ciencia y la cultura en general eran
patrimonio de unos pocos privilegiados. Para estos pocos privilegiados y para
el mundo actual, la Biblioteca de Alejandría fue y sigue siendo una biblioteca
mítica y legendaria.
2. Los
sabios
Llegaron
a ser más de cien en la época de mayor esplendor. Pertenecían a dos categorías,
según la clasificación hecha por ellos mismos: filólogos y filósofos. Los
filólogos estudiaban a fondo los textos y la gramática. La Filología llegó a
ser una ciencia y estaba muy relacionada con la historiografía y la mitografía.
Los filósofos eran todos los demás, tanto los pensadores como los científicos.
Entre
los grupos de sabios que trabajaron allí y que pasaron horas y horas estudiando
en este recinto se encontraban personajes tan famosos en la Historia como
Arquímedes (ciudadano de Siracusa), Euclides que desarrolló allí su Geometría,
Hiparco, que explicó a todos la Trigonometría, y defendió la visión geocéntrica
del Universo; enseñó que las estrellas tienen vida, que nacen y después se van
desplazando a lo largo de los siglos y finalmente, mueren; Aristarco, que
defendió todo lo contrario, es decir, el sistema heliocéntrico (movimiento de
la Tierra y los planetas alrededor del sol), Eratóstenes, que escribió una
Geografía y compuso un mapa bastante exacto del mundo conocido, Herófilo, un
fisiólogo que llego a la conclusión de que la inteligencia está en el cerebro y
no en el corazón, los astrónomos Timócaris y Aristilo, Apolonio de Pérgamo,
gran matemático, Herón de Alejandría, un inventor de cajas de engranajes y
también de unos aparatos de vapor asombrosos; es el autor de la obra Autómata,
la primera obra que conocemos en el mundo sobre los robots. Y más tarde, ya en
el siglo II, allí mismo trabajó y estudió el astrónomo y geógrafo Claudio
Ptolomeo de Alejandría y también Galeno de Pérgamo que escribió bastantes obras
sobre el arte de la curación y sobre la anatomía; sus enseñanzas y sus teorías
fueron seguidas hasta muy entrado el Renacimiento. La última persona insigne
del Museo fue una mujer: Hipatia de Alejandría, gran matemática y astrónoma,
que tuvo una muerte trágica.
3. Anexo
y destrucción
Se
sabe que desde el principio la biblioteca fue un apartado al servicio del
Museo. Pero más tarde, cuando esta entidad adquirió gran importancia y gran
volumen, hubo necesidad de crear un anexo cercano. Se cree que esta segunda
biblioteca (la biblioteca hija) fue creada por Ptolomeo III Evergete (246
adC-221 adC). El lugar donde se estableció esta parte nueva fue en la colina
del barrio de Racotis (hoy se llama Karmuz), en un lugar de Alejandría más
alejado del mar, en el antiguo templo erigido por los primeros Ptolomeos al
dios Serapis, llamado el Serapeo. Esta segunda biblioteca debió ser sin duda la
que resistió el paso de algunos siglos, conquistando como la anterior la fama y
el prestigio del mundo conocido. En la época del Imperio Romano, los
emperadores la protegieron en gran manera. La modernizaron incorporando
calefacción central por tuberías con el fin de mantener los libros bien secos
en los depósitos subterráneos.
Esta
biblioteca-hija sustituyó a la primera durante bastantes años. Después del
desastroso incendio de Alejandría, cuando pelearon las naves de Julio César y
las naves egipcias, Cleopatra VII se refugió en la ciudad de Tarso (actual
Turquía) junto con Marco Antonio. Fue entonces cuando éste le ofreció los
200.000 manuscritos traídos desde Pérgamo, pertenecientes a la Biblioteca del
rey Attalo. Cleopatra los entregó a la nueva biblioteca. Fue una especie de
recompensa por las pérdidas ocasionadas en el incendio. Pero la nueva
biblioteca corrió el mismo designio de tragedia y destrucción. En el siglo III
después de Cristo, el emperador Diocleciano que era muy supersticioso según
cuentan los historiadores, ordenó la destrucción de todos los libros
relacionados con la alquimia. Más tarde, en el año 391, el patriarca de
Alejandría Teófilo atacó la biblioteca al frente de una muchedumbre enfurecida
con ardores religiosos. El Serapeo fue entonces demolido piedra a piedra y
sobre sus restos se edificó un templo cristiano.
Seguramente
se salvaría una buena parte de los libros de la biblioteca y seguramente
pusieran también a salvo el sepulcro de Alejandro Magno. Los arqueólogos no
pierden la esperanza de encontrar ambas cosas enterradas quizás en el desierto
de libia. Pero en la colina donde estaba el templo de Serapis nunca se volvió a
reconstruir la biblioteca. En el año 416, Orosio (teólogo e historiador
hispanorromano) vio con mucha tristeza las ruinas de aquella ciudad que había
sido magnífica y las ruinas de la colina. Los arqueólogos que emprendieron su
trabajo en el siglo XIX dan fe de la violencia que debió desatarse en aquel
lugar. Sus testimonios científicos no salieron nunca a la luz de la
divulgación.
En
el siglo VI hubo en Alejandría luchas violentas entre los cristianos
monofisitas y los melquitas y más tarde aún, en el 619 los persas acabaron de
destruir lo poco que quedaba en esta ciudad. La historia que se cuenta de la
destrucción ocasionada por el emir musulmán Amir ibn al-Ass no cuadra con las
fechas de la destrucción. Los historiadores aseguran que cuando este caudillo
entró en Alejandría no encontró más que desolación y ruinas. Sin embargo la
leyenda dice que cuando el comandante musulmán Amir ibn al-Ass terminó la
conquista de Egipto, comunicó a su jefe el califa Omar I todo lo que había
encontrado en la mítica ciudad de Alejandría, y le habló de la biblioteca para
pedirle las instrucciones sobre qué hacer con esa cantidad de libros. A lo que
el califa, según cuentan, respondió: Si los libros contienen la misma doctrina
del Corán, no sirven para nada porque repiten; si los libros no están de
acuerdo a la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos. Lo cierto según
los hechos históricos es que no subsistía entonces ya tal biblioteca.
4. Testimonios
Todo
lo que se sabe en la actualidad sobre la historia de la antigua biblioteca se
debe a algunas referencias de posteriores escritores, a veces de gente que
incluso la llegó a conocer, pero son informes de paso, no hay nada dedicado en
exclusiva a comentar y describir ni el edificio ni la vida que en ella se
desarrollaba.
Así
tenemos al geógrafo griego Estrabón (c. 63 adC-c. 24 adC), gran viajero, que
hace una pequeña descripción, pues parece ser que estuvo en Alejandría a
finales del siglo I adC. Habla del Museo y dice que consta de una exedra
(εξεδρα), es decir una obra hecha al descubierto, circular y con unos asientos
pegados a la parte interior de la curva. Cuenta que también vio una estancia
muy amplia donde se celebraban las comidas de los sabios y los empleados. Y
habla también de la biblioteca, de la Gran Biblioteca, algo
"obligatorio" en el Museo.
Aristeas,
en el siglo II adC (mencionado anteriormente), en las cartas dirigidas a su
hermano Filócrates habla de la biblioteca y de todo el asunto de la traducción
de los LXX.
Marco
Anneo Lucano, historiador, natural de Hispania, sobrino de Séneca, del siglo I,
cuenta en su obra Farsalia cómo ocurrió el incendio, cómo se propagaron las
llamas ayudadas por el viento que no cesaba, desde los barcos también
incendiados y anclados en el gran puerto oriental.
Tito
Livio dice en sus referencias que la biblioteca de Alejandría era uno de los
edificios más bellos que él había visto. Con muchas salas llenas de estantes
para los libros y con habitaciones donde sólo los copistas podían estar sin que
fueran molestados. Incluso apunta el hecho de que cobraban a tanto por línea
copiada.
Lucio
Anneo Séneca, filósofo cordobés y tío de Lucano (poeta cordobés), en el siglo
I, escribió un libro llamado De tranquilitate animi. En él cuenta, a través de
una cita de Tito Livio, que en aquel incendio se llegaron a quemar 40.000
libros.
El
biógrafo Plutarco (c. 46-125), viajó en varias ocasiones a Egipto. En
Alejandría debió escuchar muchas historias sobre el famoso incendio. Escribió
una biografía sobre Julio César y al tratar sobre la batalla en el mar en
ningún momento cuenta el incendio de la biblioteca, ya que en el desastre
estaba implicado César y parece ser que no quiere manchar su nombre con aquel
hecho. El mismo Julio César en su obra Bellum Civile en que habla de aquella
batalla, omite por completo el incendio de la biblioteca. Otros escritores de
la misma época también silencian la relación de César con el incendio de
Alejandría.
Mucho
más tarde, en el siglo IV de nuestra era, San Juan Crisóstomo hace una relación
del estado en que se encontraba en aquellos años la brillante ciudad de Alejandría
y dice que la desolación y la destrucción son tales que no se puede adivinar ni
el lugar donde se encontraba el Soma (el mausoleo de Alejandro) ni la sombra de
la gran biblioteca.
En
el siglo XV, un escriba se molestó en traducir al latín los comentarios de Juan
Tzetzes (c.1110-c.1180), que fue un filólogo bizantino. Dichos comentarios
estaban tomados de la obra Prolegómenos a Aristófanes. Tzetzes habla en ellos
sobre la Biblioteca.
A
finales del siglo XIX se encontraron en el yacimiento de Oxirrinco en el pueblo
de El-Bahnasa (pequeño pueblo a 190 km al sur de El Cairo, en Egipto) miles de
papiros que fueron estudiados a fondo por los eruditos. En parte de ellos se
hablaba de la famosa Biblioteca y se daba una lista de nombres de algunos de
sus directores o blibliotecarios. En esa lista aparecen Demetrio de Falerio,
Zenódoto de Éfeso, Apolonio de Rodas, Eratóstenes, Aristófanes de Bizancio,
Apolonio de Alejandría, Aristarco y muchos más.
La
enciclopedia Suda (on-line) de la Universidad de Kentucky ha recopilado un
conjunto de informaciones según las fuentes heredadas de la época de Alejandro
Magno y posterior.
5. Curiosidades
y anécdotas
- En la literatura apócrifa judía existe un libro que lleva el título de Cartas de Aristeas a su hermano Filócrates, que se supone escrito entre los años 127 adC a 118 adC. En esta obra se narra un hecho histórico: En el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (285-247 adC) trabajaba en el Museo un bibliotecario llamado Demetrio de Falerio (o Falero), un entusiasta de la biblioteca que luchó toda su vida por su engrandecimiento. Demetrio rogó al rey que pidiera por medios diplomáticos a la ciudad de Jerusalén el libro de la ley judía y que también hiciera venir a Alejandría a unos cuantos traductores para verter al griego los cinco volúmenes de dicho texto hebreo del Torá (llamado después de la traducción Pentateuco, en griego), es decir los cinco libros del Antiguo Testamento. El sacerdote de Jerusalén Eleazar envió a Alejandría a 72 sabios traductores que se recluyeron en la isla de Faros (frente a Alejandría) para hacer el trabajo, se dice que en 72 días. Esta fue la primera traducción de la Historia, llamada Septuaginta (o de los LXX), porque redondearon el número de 72 traductores a 70.
- En otra ocasión, Demetrio de Falerio (que además era un gran viajero), estando en Grecia, convenció a los atenienses para que enviasen a Alejandría los manuscritos de Esquilo (que estaban depositados en el archivo del teatro de Dionisos en la ciudad de Atenas), para ser copiados. Cuando se hacía una petición como ésta, la costumbre era depositar una elevada cantidad hasta la devolución de los textos. Los manuscritos llegaron al Museo, se hicieron las copias correctamente, pero no volvieron a su lugar de origen, sino que lo que se devolvió fueron las copias hechas en la biblioteca. De esta manera Ptolomeo Filadelfos perdió la gran suma del depósito hecho, pero prefirió quedarse para su biblioteca el tesoro que suponían los manuscritos.
- En el Concilio de Nicea (año 325) se decidió que la fecha para la Pascua de la Resurrección fuera calculada en Alejandría, pues por aquel entonces el Museo de esta ciudad era considerado como el centro astronómico más importante. Después de muchos estudios resultó una labor imposible; los conocimientos para poderlo llevar a cabo no eran todavía suficientes. El principal problema era la diferencia de días, llamada spacta, entre el año solar y el año lunar además de la diferencia que había entre el año astronómico y el año del calendario juliano, que era el que estaba en uso.
- La biblioteca completa del filósofo Aristóteles, su obra y sus libros se custodiaban en este lugar. Algunos autores creen que la compró Ptolomeo II. Todo se perdió. Había también 20 versiones diferentes de la Odisea, la obra La esfera y el movimiento de Autólico de Pitano, Los Elementos de Hipócrates de Quíos y tantas obras de las que no se conserva más que el nombre y el recuerdo.
- En Alejandría las copias se hacían siempre en papiro y además se exportaba este material a diversos países. La ciudad de Pérgamo era una de las que más utilizaba el papiro, hasta que los reyes de Egipto decidieron no exportar más para tener ellos en exclusiva dicho material para sus copias. En Pérgamo empezaron a utilizar entonces el pergamino, conocido desde muchos siglos atrás, pero que se había sustituido por el papiro por ser este último más barato y fácil de conseguir.
6. La
Biblioteca del siglo XX
En
el año 1987 salió a la luz un ambicioso proyecto cultural: construir una nueva
biblioteca en la ciudad de Alejandría para recuperar así un enclave mítico de
la Antigüedad, patrimonio de la Humanidad. Esto ocurría 1.600 años después de
la desaparición definitiva de aquellas grandes colecciones del saber. Para
llevar a cabo semejante proyecto se unieron los esfuerzos económicos de
diversos países europeos, americanos y árabes, más el gobierno de Egipto y la
UNESCO. El presupuesto en aquel año fue de 230 millones de dólares. Las obras
empezaron el día 15 de mayo de 1995 y se terminaron con éxito el 31 de
diciembre de 1996. A su inauguración acudieron tres reinas: la de España, la de
Suecia y la de Jordania, además de algunos jefes de Estado.
El
edificio, realizado por el arquitecto noruego Snohetta, resultó ser un enorme
cilindro de cemento, cristal y granito traído desde Asuán para la fachada,
dispuesto con bajorrelieves caligráficos en la mayoría de las lenguas del
mundo; está situado el edificio en el malecón de Alejandría, a pocos metros del
lugar donde se supone que se encontraba la antigua biblioteca. Tiene una
superficie de 36.770 metros cuadrados con una altura de 33 metros. Consta de 11
niveles, 4 de los cuales se hallan por debajo del nivel de la calle. Ofrece una
sola hipóstila (sala egipcia sostenida por columnas) de hormigón y maderas
nobles, situada en el centro del edificio, destinada para lectura, donde caben
hasta 2.000 personas. Su cubierta es cilíndrica, haciendo así un homenaje al
dios egipcio Ra, el dios del Sol. Está pensada esta cubierta y construida de
tal manera que la combinación de vidrio y aluminio controla la luz dentro del
espacio, mientras que por fuera se proyecta hacia el Mediterráneo, como un
recuerdo del famoso faro de Alejandría.
Se
ha calculado que el número posible de libros puede llegar a los 20 millones; de
momento consta de unos 200.000; la mayoría de ellos son donaciones. Hay 50.000
mapas, 10.000 manuscritos, 50.000 libros únicos y además ejemplares del mundo
moderno, con 10.000 multimedia de audio y 50.000 multimedia visuales; la
biblioteca acoge además el Internet Archive. Todo esto lo rigen y supervisan
unos 600 funcionarios.
Dependiendo
de esta biblioteca se han construido además otros dos edificios, uno dedicado a
centro de conferencias y el otro dedicado a planetario que consta de tres
museos: de la Ciencia, de la Caligrafía y de la Arqueología. Hay además un
laboratorio de restauración, bibliotecas para niños, jóvenes, invidentes y
minusválidos y una moderna imprenta.
En
el siglo XXI existen en el mundo cinco grandes bibliotecas:
- Biblioteca del Congreso Americano
- Biblioteca del Museo Británico
- Biblioteca Nacional francesa
- Biblioteca del Vaticano
- Biblioteca de Alejandría
Bibliografía
- SEIGNOBOS, CH. Historia Universal Oriente y Grecia, Editorial Daniel Jorro, Madrid, 1930.
- AGUADO BLEYE, PEDRO. Curso de Historia para segunda enseñanza, tomo I, 2.ª edición, Madrid, 1935.
- SAGAN, CARL. Cosmos, Editorial Planeta, Barcelona-Madrid, 1982.
- Revista de arqueología, año XXI, n.º 230, Madrid.
- CANFORA, LUCIANO. La véritable histoire de la bibliothèque d'Alexandrie, Éditions Desjonquères, París, 1988 [1986].
C.f.:
• LuventicuS:
http://www.luventicus.org/articulos/02Tr001/index.html
6. La destrucció del llibres
En aquesta entrada, cada membre del taller haurà de pujar en els comentaris la seua part del temari. Ànim, bibliosoters!!!
jueves, 19 de febrero de 2015
5. L'escriptura en Xina: origen i evolució.
Feu un bleu resum del capítol que us ha tocat llegir de l'article de Sara Rovira sobre l'escriptura xinesa.
4. Les lletres en mig dels rius: l'escriptura en Mesopotàmia
3. El llibre: la seua història i els seus suports.
Font de la imatge: http://bitacoradesextoyseptimo.blogspot.com.es |
Mireu quina imatge més senzilla m'he trobat per la red... En fi, comenteu el que vam vore a classe i el que tenieu que llegir pel vostre compte. Podeu fer esquemes i valoracions, però m'interessa més que feu resums en prosa... Ànim, escribes!
miércoles, 11 de febrero de 2015
2. Els primers sistemes gràfics d'escriptura: les pintures rupestres.
Amb aquestes imatges acomiadem la primera sessió pràctica del taller. Si algú pot fer alguna aportació teòrica sobre les pintures rupestres, per favor, que la puje als comentaris. ¿Us ha paregut fàcil l'activitat? ¿És fàcil fer detalls amb aquest tipus de pintura? Analitzeu l'activitat i exposeu les vostres opinions.
Us deixe també un vídeo interessant sobre l'art rupestre:
1. Platón, Fedro, 274c-277a
Acerca de la escritura
(fragmento del Fedro de Platón)1
Sócrates: Pero nos resta examinar la conveniencia o inconveniencia que pueda haber en
lo escrito. ¿No es cierto?
Fedro: Sin duda.
Sócrates: ¿Sabes cuál es el medio de agradar más a los dioses por tus discursos escritos o
hablados?
Fedro: No, ¿y tú?
Sócrates: Puedo contarte una tradición de los antiguos, que conocían la verdad. Si
nosotros pudiésemos descubrirla por nosotros mismos, ¿nos seguiríamos preocupando
aún de lo que los hombres hayan pensado antes que nosotros?
Fedro: ¡Pregunta ridícula! Cuéntame, pues, esa antigua tradición.
Sócrates: Pues bien, oí que cerca de Náucratis2, en Egipto, hubo un dios, uno de los más
antiguos del país, el mismo al que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis3.
Este dios se llamaba Teut. Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la
astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados, y, en fin, la escritura. El rey
Tamus reinaba entonces en todo aquel país, y habitaba la gran ciudad del alto Egipto que
los griegos llaman la Tebas egipcia, y que está bajo la protección del dios que ellos llaman
Ammon. Teut se presentó al rey y le mostró las artes que había inventado, y le dijo lo
conveniente que era difundirlas entre los egipcios. El rey le preguntó de qué utilidad sería
cada una de ellas, y Teut le fue explicando en detalle los usos de cada una; y según que las
explicaciones le parecían más o menos satisfactorias, Tamus aprobaba o desaprobaba.
Dícese que el rey alegó al inventor, en cada uno de los inventos, muchas razones en pro y
en contra, que sería largo enumerar. Cuando llegaron a la escritura dijo Teut: «¡Oh rey! Esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria; he
descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener. –Ingenioso Teut –respondió el rey– el genio que inventa las artes no está en el mismo
caso que el sabio que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su
aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo
contrario de sus efectos verdaderos. Ella sólo producirá el olvido en las almas de los que
la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño
abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro
habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia
misma. Porque, cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán
ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios
insoportables en el comercio de la vida.»
Fedro: Mi querido Sócrates, tienes especial gracia para pronunciar discursos egipcios, y lo
mismo harías de todos los países del universo, si quisieras.
Sócrates: Amigo mío, los sacerdotes del santuario de Zeus en Dodona decían que los
primeros oráculos salieron de una encina. Los hombres de otro tiempo, que no tenían la
sabiduría de los modernos, en su sencillez consentían escuchar a una encina o a una roca,
con tal que la roca o la encina dijesen verdad. Pero tú necesitas saber el nombre y el país
del que habla, y no te basta examinar si lo que dice es verdadero o falso.
Fedro: Tienes razón en reprenderme, y creo que es preciso juzgar la escritura como el
tebano.
Sócrates: El que piensa transmitir un arte, consignándolo en un libro, y el que cree a su
vez tomarlo de éste, como si estos caracteres pudiesen darle alguna instrucción clara y
sólida, me parece un gran necio; y seguramente ignora el oráculo de Ammon, si piensa
que un escrito pueda ser más que un medio de despertar reminiscencias en aquel que
conoce ya el objeto de que en él se trata.
Fedro: Lo que acabas de decir es muy exacto.
Sócrates: Éste es, mi querido Fedro, el inconveniente, así de la escritura como de la
pintura; las producciones de este último arte parecen vivas, pero interrógalas, y verás que
guardan un grave silencio. Lo mismo sucede con los discursos escritos: al oírlos o leerlos
crees que piensan, pero pídeles alguna explicación sobre el objeto que contienen, y te
responden siempre la misma cosa. Lo que una vez está escrito rueda de mano en mano,
pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes no ha sido escrita la
obra, sin saber, por consiguiente, ni con quién debe hablar, ni con quién debe callarse. Si
un escrito se ve insultado o despreciado injustamente, tiene siempre necesidad del
socorro de su padre, porque por sí mismo es incapaz de rechazar los ataques y de
defenderse.
Fedro: Tienes también razón.
Sócrates: Pero consideremos los discursos de otra especie, hermana legítima de esta
elocuencia bastarda; veamos cómo nace y cómo es mejor y más poderosa que la otra.
Fedro: ¿Qué discurso es y cuál es su origen?
Sócrates: El discurso que está escrito con los caracteres de la ciencia en el alma del que
estudia es el que puede defenderse por sí mismo, el que sabe hablar y callar a tiempo.
Fedro: Hablas del discurso vivo y animado, que reside en el alma del que está en
posesión de la ciencia, y al lado del cual el discurso escrito no es más que un vano
simulacro.
Sócrates: Sin duda. Pero dime: un jardinero inteligente que cuidara mucho a sus semillas
y que quisiese verlas fructificar, ¿las plantaría en verano en los jardines de Adonis4, para
tener el gusto de verlas convertidas en preciosas plantas en ocho días? O más bien, si
hiciera tal cosa, ¿podría ser por otro motivo que por pura diversión o con ocasión de una
fiesta? En cambio con las semillas que más le interesaran seguiría indudablemente las
reglas de la agricultura, y las sembraría en un terreno conveniente, contentándose con
verlas fructificar a los ocho meses de sembradas.
Fedro: Seguramente, mi querido Sócrates, él se ocuparía de las unas seriamente, y
respecto a las otras lo miraría como un recreo.
Sócrates: Y el que posee la ciencia de lo justo, de lo bello y de lo bueno, ¿tendrá, según
nuestros principios, menos sabiduría que el jardinero en el empleo de sus semillas?
Fedro: Yo no lo creo.
Sócrates: Después de depositarlas en agua negra, no irá a sembrarlas con el auxilio del
cálamo y con palabras incapaces de defenderse a sí mismas e incapaces de enseñar
suficientemente la verdad.
Fedro: No es probable.
Sócrates: No, ciertamente; pero si alguna vez escribe, sembrará sus conocimientos en los
jardines de la escritura para divertirse; y formará un tesoro de recuerdos para sí mismo,
para que cuando llegue la edad en que se resienta la memoria –y lo mismo para todos los
demás que lleguen a la vejez– pueda regocijarse viendo crecer estas tiernas plantas. Y
mientras los demás hombres se entregan a otras diversiones, pasando su vida en orgías y
placeres semejantes, él recreará la suya con la ocupación de que acabo de hablar.
1 El texto completo de esta traducción de Patricio Azcárate puede consultarse en: http://www.e-torredebabel.com/Biblioteca/Platon/Platon.htm Algunos pasajes de este
fragmento fueron modificados para facilitar la comprensión del texto.2 Náucratis, ciudad fundada por comerciantes de Mileto en torno al 650 a. C. Hacia el 560, el rey Amasis (XXVI dinastía) la convirtió en puerto privilegiado para el comercio griego. La prosperidad de Náucratis acabó con la conquista, en el año 525, de Egipto por Cambises.3 Pájaro sagrado de la mitología egipcia, representación del dios Thot. Continuamente buscaba alimento y, por ello, llegó a considerársele dios de la inteligencia.
4 Los «jardines de Adonis» constituían un rito funerario establecido por Afrodita en honor de Adonis, el hijo de Mirra. En vasijas con tierra se plantaban semillas que, regadas con agua caliente, florecían en pocos días y, en pocos días también, se marchitaban. Estos cultivos representaban la súbita muerte de Adonis. Las fiestas tenían, además, lugar en pleno estío (TEOFRASTRO, Historia plantarum VI 7, 3). Cf. M. DÉTIENNE, Les jardins d'Adonis. La mythologie des aromates en Gréce, París, 1972, especialmente págs. 187-226 (hay trad. esp. de J. C. BERMEJO [Madrid, 1983]).
Platón, Fedro, 274c-277a
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